HABLAR DE LA MUERTE NO VA A MATARTE
- Gaby Benitez | COACH
- 29 sept
- 2 Min. de lectura

Hablar abiertamente sobre la muerte es una parte fundamental de la vida, y no debería ser un tabú. Muchas personas evitan este tema por miedo, pues creen que hablar de esto es “invocarla”. Prefieren ignorar que todos vamos a morir algún día; no sabemos cuándo, pero lo único seguro es que no somos inmortales.
Hace algunos años, la muerte se vivía más en casa, lo cual nos ayudaba a verla como algo natural. Sin embargo, con el tiempo, se ha trasladado al ámbito hospitalario, y dejamos de presenciar lo que ocurre. Así, separamos la vida de su última etapa y pensamos que ya no es necesario hablar de ella como antes. Esto es un error, porque independientemente de dónde suceda, la persona debe tomar decisiones y resolver sus asuntos: ni los médicos ni el hospital harán ese trabajo en su lugar.
Abordar este tema nos conecta con puntos sensibles en su interior, y puede desatar emociones profundas, pero es la única forma de tomar decisiones conscientes y oportunas sobre el final de nuestras vidas: qué manejo médico deseamos recibir en caso de ser necesario y nuestras disposiciones finales, tenemos la oportunidad de ordenar asuntos legales y tendremos la tranquilidad de que no les estaremos dejando problemas y preocupaciones, en la medida de lo posible, a sus seres queridos, facilitándoles su duelo.
Obviamente, lo ideal es hacerlo en un momento de calma, y no esperar a una situación de urgencia o gravedad. Además, no basta con reflexionar en silencio, sino que también, por más incómodo que pudiera parecerles a los demás, debemos comunicárselos. No sirve de nada tener claro que no queremos prolongar artificialmente nuestra vida si nuestros seres queridos no lo saben y, llegado el momento, deciden intervenir sin considerar nuestra voluntad.
Otra ventaja de introducir el tema de la muerte en nuestro pensamiento cotidiano es que, independientemente de los temas “formales” que conlleva, el reconocernos como seres mortales nos invita a aprovechar mejor la vida, a establecer vínculos más significativos y a ser más selectivos con nuestras relaciones y actividades, y a vivir con mayor plenitud.
Por supuesto, hablar de la muerte no elimina el dolor por la pérdida de un ser querido, ni nos vuelve indiferentes ante la ausencia. Sin embargo, el saber que alguien vivió plenamente, o que hicimos lo mejor posible en nuestra relación con esa persona, puede hacer más llevadero el proceso de duelo y ayudarnos a transitarlo con mayor armonía.
Conclusión:
Normalizar el diálogo sobre la muerte no significa restarle importancia, sino otorgarle su verdadero lugar como parte de la vida. Hablar de ella con apertura nos brinda la posibilidad de vivir con más consciencia, preparar nuestro camino con responsabilidad y aliviar, en lo posible, la carga emocional y práctica de quienes amamos. Reconocer nuestra finitud nos invita a valorar con mayor intensidad cada momento de nuestra existencia.
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